Lluís Permanyer, la memoria viva de Barcelona

Hay barceloneses que no solo viven su ciudad: la respiran, la piensan, la escriben y la explican a los demás. Lluís Permanyer fue uno de ellos. Cronista por vocación y periodista de raza, dedicó toda su vida a contar Barcelona con una mezcla de erudición, ironía y afecto que lo convirtieron en una figura única. Su muerte deja huérfana a una ciudad que, durante más de medio siglo, encontró en él su mejor intérprete.

Permanyer tenía un don: sabía mirar. Veía en una esquina anodina o en una cornisa modernista lo que la mayoría pasaba por alto. Su mirada convertía la piedra en relato y las calles en capítulos de una historia que parecía no tener fin. Desde las páginas de La Vanguardia, donde publicó miles de artículos, fue narrando las transformaciones, los aciertos y los excesos de una Barcelona siempre cambiante. Lo hacía con un estilo limpio, directo, y una elegancia sin artificios. Nunca necesitó adjetivos grandilocuentes para describir la belleza de un edificio o la torpeza de una decisión urbanística. Le bastaba una frase justa, cargada de observación y sentido del humor.

Lluís_Permanyer_i_Lladós foto por JMSerraV WIKIPEDIA
Lluís Permanyer i Lladós foto por JMSerraV WIKIPEDIA

Su pasión por el modernismo fue inmensa, pero no académica: vital. Para él, Gaudí, Domènech i Montaner o Puig i Cadafalch eran algo más que arquitectos; eran los poetas de una ciudad que soñaba con ser moderna y culta. En libros como Barcelona modernista o L’Eixample, supo retratar no solo las fachadas y los vitrales, sino también el espíritu de una época en la que Barcelona creía en sí misma. Tenía una sensibilidad especial para comprender cómo la estética podía ser una forma de civismo, y cómo la belleza —lejos de ser un lujo— era una necesidad colectiva.

Lluis Permanyer, también la Barcelona de hoy

Pero Permanyer no se quedaba en la postal del pasado. Fue un observador agudo del presente, y un crítico exigente con las modas que amenazaban con desdibujar la identidad barcelonesa. Defendió la memoria, sí, pero sin nostalgia. Sabía que la ciudad no puede detenerse, aunque tampoco debe olvidar quién es. Por eso se atrevió a decir lo que muchos pensaban: que el turismo masivo, la especulación y la pérdida de autenticidad eran peligros reales, que no se resolvían con campañas de marketing, sino con conciencia ciudadana. En cada artículo, recordaba que Barcelona no pertenece a los inversores ni a los visitantes, sino a quienes la viven día a día.

Era, además, un divulgador nato. En sus conferencias, en sus libros y en sus rutas urbanas, hacía que los oyentes se enamoraran de su ciudad. No hablaba “de arriba abajo”, sino con complicidad. Tenía esa rara capacidad de hacerte sentir parte de una conversación. Muchos barceloneses aprendieron a mirar su entorno gracias a él: a distinguir un balcón modernista, a imaginar cómo era el Eixample cuando aún olía a yeso fresco, o a entender por qué una plaza cambia el carácter de un barrio.

Su escritura estaba impregnada de humor y de vida. Nunca fue académico ni solemne; era, ante todo, un contador de historias. Y por eso su legado va más allá de sus libros o de sus artículos: está en la manera en que nos enseñó a mirar la ciudad. En una época en la que todo parece fugaz, sus textos siguen siendo un refugio. Releerlo es reencontrarse con la Barcelona de siempre, la que sobrevive detrás de los escaparates y las grúas.

Lluís Permanyer fue también un defensor del patrimonio con una elegancia poco común. No gritaba ni sermoneaba; explicaba. Y con eso bastaba. Detrás de cada defensa de un edificio o de un rincón histórico, había una idea clara: la memoria es el alma de una ciudad. Sin ella, todo se convierte en decorado.

Su desaparición deja un vacío que costará llenar. Porque ya no quedan muchos cronistas capaces de unir la precisión del periodista con la sensibilidad del escritor y la pasión del ciudadano. Permanyer fue, al fin y al cabo, un humanista urbano: alguien que entendió que una ciudad es mucho más que calles y edificios. Es un organismo vivo, hecho de recuerdos, contradicciones y sueños.

Barcelona le debe mucho. Le debe haberla contado con inteligencia, haberla defendido con ternura y haberla criticado sin odio. Le debe, sobre todo, haberla amado sin ingenuidad, pero con fidelidad absoluta. Porque eso fue Lluís Permanyer: un hombre fiel a su ciudad hasta el último día.

Lluís Permanyer (Barcelona, 1939 – 2025)

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