Montjuïc y la Fórmula 1: la montaña mágica que rugió con motores

Si hoy subimos a Montjuïc, la montaña mágica de Barcelona, pensamos en el Castillo, en el Estadio Olímpico, en los jardines o en las vistas al mar. Pero durante unos años, en pleno corazón del siglo XX, ese mismo escenario se convirtió en un rugiente circuito urbano de Fórmula 1. Parece increíble imaginar coches de 300 km/h pasando junto al Poble Espanyol o frenando al límite frente al Palau Nacional, pero así fue.

Montjuïc_Formula 1 circuit foto por Will Pittenger WIKIPEDIA
Montjuïc Fórmula 1 Circuit foto por Will Pittenger WIKIPEDIA
Formula 1 en Mitjuïc foto por Alberto-g-rovi WIKIPEDIA
Fórmula 1 en Mitjuïc foto por Alberto-g-rovi WIKIPEDIA

Una montaña hecha para la velocidad

Montjuïc ya era un espacio especial desde la Exposición Internacional de 1929. Sus avenidas anchas, sus curvas cerradas y sus desniveles la convirtieron en un lugar perfecto para soñar con carreras. En los años cincuenta, cuando Barcelona se empezaba a recuperar de la posguerra, se organizaron pruebas de motociclismo y automovilismo que reunían a miles de espectadores. La afición local era enorme, y la idea de tener un Gran Premio de Fórmula 1 en casa sonaba a futuro.

El trazado medía poco más de 3,7 kilómetros, pero era un verdadero reto: rápido, técnico y sobre todo peligroso. A un lado, muros; al otro, farolas, bordillos y escaleras monumentales. Los pilotos lo consideraban espectacular y exigente.

El desembarco de la Fórmula 1

La gran oportunidad llegó en 1969, cuando Montjuïc acogió por primera vez el Gran Premio de España de Fórmula 1. La ciudad vibró como nunca: por fin los Stewart, Hill, McLaren o Rindt competían en Barcelona. Las gradas improvisadas estaban llenas y el rugido de los motores se escuchaba en barrios enteros.

Jackie Stewart ganó aquella carrera con su Matra-Ford, domando un circuito que pedía precisión quirúrgica. Montjuïc, de golpe, entraba en el mapa mundial de la F1.

La Fórmula 1 volvió en 1971 y 1973, consolidando la montaña como sede alterna junto al Jarama en Madrid. En 1973 el brasileño Emerson Fittipaldi se llevó la victoria, y Barcelona soñaba con tener un Gran Premio fijo.

Montjuïc en su máximo esplendor

Quien vivió aquellas carreras recuerda la emoción: coches de colores brillantes pasando a centímetros del público, el olor a gasolina, el calor del asfalto y la tensión de cada curva. No había pantallas gigantes ni simuladores, todo era directo, salvaje y emocionante. Era un tiempo en que la Fórmula 1 aún tenía algo de romanticismo: pilotos con casco abierto, aficionados pegados a la acción y una ciudad entera disfrutando del espectáculo.

Para Barcelona, aquellas citas fueron mucho más que deporte. Eran también un escaparate internacional, una forma de mostrar al mundo una ciudad con ambición, moderna y con estilo propio.

1975: el día que todo cambió

El 27 de abril de 1975 debía ser una fiesta. Sin embargo, desde los entrenamientos, muchos pilotos protestaron por la falta de seguridad: las vallas mal colocadas, las protecciones insuficientes. Fittipaldi incluso se negó a correr.

En la vuelta 26 ocurrió lo peor: el coche de Rolf Stommelen perdió el control y se estrelló contra el público. Cuatro personas murieron y varias resultaron heridas. El silencio que siguió fue tan ensordecedor como los motores. Montjuïc había vivido su último Gran Premio de Fórmula 1.

Una huella imborrable

Tras la tragedia, la Fórmula 1 no volvió nunca más a la montaña. Pero la memoria quedó. Para muchos barceloneses, aquellos años marcaron un antes y un después. Fue el inicio de una relación duradera entre la ciudad y la Fórmula 1, que se consolidó años después con el Circuit de Montmeló, inaugurado en 1991.

Montjuïc, sin embargo, sigue siendo un lugar de culto para los amantes del motor. Pasear por sus avenidas aún invita a imaginar a los bólidos rugiendo entre palmeras y escaleras monumentales. En algunos puntos incluso hay placas que recuerdan aquellas carreras, como un eco del pasado.

Montjuïc y la Barcelona soñadora

En el fondo, la historia de la Fórmula 1 en Montjuïc habla de la Barcelona soñadora: la que se atrevió a organizar algo grande, aunque fuese arriesgado. La que mezcló su arquitectura monumental con la velocidad extrema.

Hoy, con la perspectiva del tiempo, es fácil criticar la falta de seguridad o el exceso de riesgo. Pero también conviene recordar la pasión, la ilusión y la energía de una ciudad que buscaba abrirse al mundo.

Montjuïc fue un sueño breve, intenso y trágico. Pero fue, al fin y al cabo, un sueño que convirtió a Barcelona en protagonista de la historia de la Fórmula 1.

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